23 de octubre de 2011

Punto de inflexión

Los pubs están a rebosar, el segundo de hierba va de mano en mano y la conversación existencial fluye dentro del grupo. La luz anaranjada de las farolas se mezcla con el tono azul de los coches de policía parados a ambos lados de la plaza. Azul, como aquel vestido que me encantaba y que solo te ponías cuando había algo que celebrar. ¿O era verde? No, perdón. Verde eran tus ojos. Esas dos pequeñas almendras de luz, esos relámpagos. No puedo creer que a estas alturas llegue a dudarlo. Me pongo a pensar y recuerdo aquellas tardes de césped y parque. Un perro se nos acercaba y jugábamos con él como si fuésemos la pareja más feliz del mundo. Poco después, me tumbaba sobre ti y notaba como mi corazón latía desde los dedos de los pies hasta la punta de mi nariz. ¡Siempre lo ha hecho demasiado fuerte!
El litro de cerveza ha perdido casi toda la fuerza. Lo había notado hace ya un par de “buches”, pero ando hipnotizado mirándote el pelo. Una rasta más, te haría aún más dura. Como duro me sentí el día que aprendí a hacer las maletas. Dejé de ser aquel niño cobarde con miedo a volar. Recogí todo el fuego que aún conservabas en las manos y me marché. Me daba miedo cruzar la calle que llevaba al olvido, pero los cambios son necesarios y de nuevo tus ojos fueron los que me suplicaron que me marchase.
Me pregunto qué andarás haciendo ahora. No sé si irás camino de la Universidad o del trabajo. Me gustaba que todo fuese un torbellino. Como decía uno de esos poetas actuales. “Yo me mantengo con las pocas cosas que yo tengo y con los pocos sueños que yo sueño, con las pocas cosas que me dabas tú.”

Me miras y me sonríes. Me pides que te bese y vuelvo al mundo real. Olvidaba que todavía estás aquí.

18 de octubre de 2011

Avancemos

Siempre me he considerado una persona intrépida, apasionada en todo lo que hago. Sin embargo, para muchas cosas sigo siendo muy pequeño, o muy cobarde, y me niego a intentarlas por miedo a decepcionarme al no ser capaz de cumplir expectativas.

Una de esas cosas es la de escribir sentimientos. Si os fijáis, aquellos que entréis por aquí con cierta asiduidad, al principio todos los artículos no eran más que la narración de algún acontecimiento. Esto podía ser llevado mejor o peor, podía estar hecho de una manera más o menos acertada, pero era más fácil. Era complicado no parecer vulgar porque simplemente me negaba a enmarañar las cosas más allá de lo que se podía apreciar a simple vista.

Más adelante, conforme esta idea iba avanzando, iba indagando un poco más en las profundidades de mi instinto. Entradas como “te miré” o “desilusión” eran un poco más personales, más mías. Eso me daba miedo. No quería hacer público aquello que rondaba mi cabeza y podía hacerme sentir débil o vulnerable.
Por el contrario, eran los artículos de los que más orgulloso me sentía. Podía releerlos y suspirar porque era eso lo que quería decir, y esa la manera en la que deseaba expresarlo. No importaba tanto si gustaba o no.

Aun así, siempre ha quedado un tema pendiente. Eso tan complejo pero a la vez tan simple. Eso que alguna vez hemos sentido todos pero que siempre he sido incapaz de plasmar. Un par de folios en sucio, unos archivos de Word en la papelera de reciclaje y una decena de extractos son todo lo que ha dado de sí mi creación literaria en este aspecto. Como decían los poetas de la experiencia: “no escribo sobre mi experiencia, pero me baso en ella a la hora de inspirarme.”

A partir de ahora, a ver que sale…

7 de octubre de 2011

Camino

Una mochila, un saco de dormir, un par de pantalones, varias camisetas, unas deportivas y algunas mudas limpias. Eso era todo lo que necesitaba.
Era fácil. 115 kilómetros a pie y cinco días de aventura. A mi lado, el de casi siempre. Con su gran bolsa a la espalda y la misma sonrisa estúpida con la que yo entré en el aeropuerto. Volvíamos a ser dos adolescentes que salían por primera vez de casa, o esos niños pequeños a los que les permiten, por fin, salir a jugar solos al parque.
Y eso es lo que fuimos. Los “niños” sevillanos. Allá donde íbamos siempre éramos los “niños”. Pocos jóvenes por libre vimos en el camino Sanabrés. Eso nos hacía sentirnos orgullosos. Orgullosos de lo que estábamos haciendo. Esos 20-25 kilómetros diarios de cuestas los disfrutábamos como si de un reto se tratase. La juventud, inexperiencia y el ansia por sentirnos libres nos hacían salir cada mañana mucho antes de que saliera el sol. La aventura era aún mayor si existía el riesgo de perderse por no ver las flechas amarillas. Nos encantaba bromear con el bosque completamente oscuro y los ruidos de la naturaleza.

Conforme avanzaban las mañanas, íbamos conociendo un poco más nuestro entorno y a nosotros mismos. Sabíamos cuando llegaban los momentos de agotamiento, y lo que debíamos hacer para animarnos mutuamente. Creo yo que pocos caminantes se dedicasen a cantar la canción de “la vida pirata, la vida mejor” durante las largas horas de camino; o que se saltasen una valla para hacerse unas fotos subidos a un columpio. Éramos “los niños”, teníamos que demostrarlo.
También disfrutamos con los sellos. Cualquier escusa era buena para poner uno. Un bar, una gasolinera, una farmacia… Dudamos hasta de pedirle uno a un “Auténtico Abuelo Gallego”.
En eso consistía nuestro camino: disfrutar, ilusionarnos, entusiasmarnos. Una cabra en mitad del paso, o una vaca, daba pie a sacar corriendo la cámara de fotos y echar unas risas.

La llegada a Santiago fue una satisfacción enorme. El abrazo en el que nos fundimos al pisar la plaza, la demostración de que unidos, siempre habíamos sido más fuertes. Ya estaba hecho.

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En esas cinco jornadas de travesía compartimos experiencias con varios peregrinos. La amabilidad y el compañerismo de todos ellos es el regalo más preciado. Manolo, Lola, Susana y Marisa. Los cordobeses y las gallegas durante los primeros días. ¡Qué pena que fuesen pocas jornadas! Ellos nos enseñaron el espíritu peregrino de verdad. Sus consejos, experiencias y ayuda desinteresada hicieron que este pequeño mundo que supone el Camino de Santiago nos enganchara plenamente a Enrique y a mí.



PD: la finalidad del viaje era encontrarse. El resultado creo que fue aún mejor: Descubrir que no estaba tan perdido como pensaba.

Un abrazo.



"Cada peregrino encuentra en el Camino de Santiago su propio milagro"(Anónimo)