18 de noviembre de 2014

Nunca nos quisimos

Miro a través del tragaluz y veo como la lluvia santa cae. En este momento en el que los pensamientos tienen tiempo de sucederse, me siento casi como un Cervantes que escribe otra novela de caballerías desde el calabozo. El sonido de la armónica que llega a través de la ventana  me transmite esa felicidad que necesito y, los grafitis que cubren las paredes, tan mías y tan de otros, son una compañía más que suficiente para ser de nuevo valiente. Busco un punto de luz natural donde darle contenido a esta tiniebla y aprovecho los recuerdos, o lo que queda de ellos, para crear esa realidad que ya murió. Esa realidad que lo fue todo hasta que arranqué de mi diario aquellas páginas en las que estabas tú. Ahora me arrepiento. No me gusta emborronar con suposiciones unos almanaques ya vividos, pero hubo un momento en el que eran tus labios o la vida. Y alguien me dijo una vez que crecer era aprender a despedirse.
Cierro los ojos y puedo ver esa belleza imperfecta que me emociona y me transporta. Aún recuerdo aquella noche en la que me dolía tu compañía. Como hoy, el agua caía de una forma extremadamente fuerte y el viento que soplaba hacía que las ventanas crujiesen dentro de nosotros. Cada gota era una consecuente réplica perfecta de la anterior, y mientras nos rayaban los besos, nos besaban los rayos. Sin embargo, esta lluvia no fue solo de un día. Cada noche, mientras esperaba que vinieses a buscarme, mientras esperaba que fueses tú la que necesitase mi compañía, vestía de fiesta la cama y los sueños. Pero la tormenta pasó a formar parte de nosotros, y el estruendo del trueno se convirtió en una melodía dentro de nuestra montaña rusa. Y al final, te fuiste. Después de un millón de idas y venidas, de lágrimas y sollozos, recuerdo que me dijiste: “Nunca nos quisimos”.  A mí, que tantas veces se me tachó de insensible y loco, A mí. No tengo muy claro qué paso entonces. Ya te he dicho que intenté borrar todos tus recuerdos, pero creo que ante eso sólo pude contestar: “No hables por mí”. Y aun así, te fuiste. El cajón de las decepciones estaba lleno, y aunque sabía que los recuerdos buenos acaban por tapar los malos, la paciencia se agotó.
Las lágrimas caen sobre la hoja como un reguero de lluvia inconstante. Al acabar, me acerco a la ventana, y me rindo ante la condena del reloj que me anuncia tu ausencia con cada tic y cada tac. Hago un pequeño avioncito con el papel y lo paso entre las rejas. Lo escucho caer y veo como la lluvia lo descompone. Me hago un hueco en esa cama en la que quiero soñar contigo y leo en mis pensamientos “Que envidien mi locura”.

“Escribir es una terapia para no perder la poca cordura que me queda”
Ismael Serrano (cantautor español)