12 de agosto de 2012

Barra de bar

Tras varias madrugadas consecutivas de insomnio, decidí que esa noche no iba a quedarme en la oscuridad de mi balcón. Estaba cansado del ventilador y de la luz incandescente del pitillo. Por ello, salí a pasear. A la vez que caminaba, esa cuarteta que hice tantas veces mía sonaba sin cesar en mi cabeza: “Y la esperanza en un mundo mejor se convirtió en mi emboscada…” Me detuve un instante a mirar el cielo, me senté en la grava de una rotonda a la vez que me sentía feliz y en sincronía después de meses. Allí era una de las pocas zonas de la ciudad donde el cielo valía más que la tierra. Ni tinieblas ni enemigos. El estruendo de una ruidosa jauría me hizo retomar mi viaje, pero más feliz que antes de empezar.

El camino me condujo a un luminoso que rezaba: “Oblitare.” Al darme cuenta de que era lo que buscaba, abrí las puertas y traspasé el umbral. Una vez dentro del bar, comprobé como las cosas habían cambiado. Echaba de menos ese ambiente cargado y nublado de cuando aun dejaban fumar. Daban ganas de pedirle a los no fumadores cuenta por fumar pasivamente sin pagar.

La escena era dantesca. En primer término un octogenario se tambaleaba ampliamente, perjudicado por los efectos del alcohol. Justo detrás de él la Vieja afilaba la guadaña mientras el anciano elevaba su vaso. No nos enseñan a esperar la muerte y parecía que él estaba dispuesto a buscarla antes de su llegada.

Un poco más lejos podían verse un par de hombres de mediana edad. Engalanados con mono de trabajo, afortunadamente, criticaban la pesadez y la inutilidad del trabajo - Malditos ineptos – pensé para mí.

Al fondo de la barra no había más que ese olor a olvido barato. Ella lloraba como lloran los ángeles. Desde luego se veía que la situación era crítica. Llorar así es muy triste, hasta las ventanas se ponen blandas.

Me acerqué al camarero y le pedí una copa de la bebida más fuerte que tuviese.
- No se lo recomiendo. Un cincuentón como usted no aguantaría eso que está pidiendo.
- No me digas lo que puedo o no puedo aguantar – dije con avidez - Dudo mucho que tengas todo el alcohol que necesito para olvidar – solté un suspiro y bajé el tono de voz con pesadumbre - Me quedo en la calle. La empresa hace unos meses me obligó a renunciar a mis años de antigüedad para mantener el puesto y ahora les ha bastado sacudir las migajas que les quedaban de dignidad para dejarme en la calle.

Los minutos y las horas pasaron rodeados de alcohol y borrachos. Sólo recuerdo mis dedos tamborileando sobre la barra pidiendo otra copa más y mis lágrimas resbalando por las mejillas. Lo había repetido mil veces. No dejaría caer la pena sobre mi familia. Si nadie me entendía, lloraría en mi propio hombro.

Al volver a casa torné la vista atrás y descubrí algo que me sorprendió aún más. Jamás pensé que pudiesen existir los amaneceres tristes, esa fiesta de la luz no podía serlo.

Finalmente, acabó siendo una noche de descanso para mi torturado cerebro, que llevaba noches trabajando sin tregua, debatiendo en la oscuridad de mi insomnio.