15 de diciembre de 2014

Vestido para salir

Madurar. Ella se dio cuenta que debía madurar el año que sus padres le dijeron que de sus bolsillos no podía salir ni un euro más. Con una Carrera Universitaria, un Master privado y acabando el  Doctorado en Bioquímica, eso de vivir a costa de papá y mamá se hizo harto complicado. Recuerdo que ese año, lo vivimos como si fuese el último.

Comíamos juntos casi todos los días, dormíamos en mi piso cuatro veces por semana, nos saltábamos las clases para irnos a pasear al centro y, planeábamos días de biblioteca que acababan en jornadas intensivas de cama. Debíamos exprimir el trocito de limón que nos quedaba.

Cuando me lo contó, no dejó que las lágrimas saliesen de mis ojos. Ella, con su madurez innata y el corazón encogido, me repitió una y otra vez que no había por qué preocuparse, que todo saldría bien.

Y ese año, así fue. Todo salía bien. Fuimos al parque, al teatro, al estadio de fútbol. El plan era perfecto si nos sentábamos en la plaza de San Lorenzo con un simple paquete de pipas como forma de pasar el tiempo, o nos premiábamos con un homenaje culinario en la Calle Eslava.  Feria o Semana Santa, daba igual lo que fuese. Como única condición, estar juntos.

Recuerdo también que ese año ella no paraba de leer.

-          Acabo de terminar “Soldados de Salamina”. Deberías leerlo.

Yo le contesté que las novelas históricas me aburrían.

-          Pues léete “El Club de la Lucha”. Es cortita y además va de tíos dándose ostias por la noche. Es la anterior que leí. Yo creo que te puede gustar. Es entretenida.
     -          No sé, Alejandra. Tampoco me llama mucho la atención.
     -          Si no, pues coge “El Retrato de Dorian Gray”. Es la que he comprado esta mañana. Un buen
clásico siempre es agradable.

Cada día ella tenía una buena excusa para coger un libro y para intentar que yo leyese. Cualquier momento era bueno. En el metro, como pócima contra el aburrimiento. En los descansos de clase, porque prefería quedarse dentro que verme fumar en la puerta. En invierno, porque hacía demasiado frío para salir. En verano, demasiado calor. A mí me gustaba que me leyese ella. Cuando lo hacía en voz alta para mí, era como si se parase el tiempo. Tú lo sabes porque te pasa igual que a mí.

También fuimos mucho al cine. Bueno, en realidad ella quería ir mucho al cine. Siempre había alguna película que le llamase la atención. Pero, es que eran las más aburridas. Yo intentaba evitarlo y proponía cualquier plan para no ir.

     -          Con el día tan bonito que hace, ¿nos vamos a meter en el cine?

Y como esa, cualquier excusa.

-          Vamos un miércoles, que es más barato. No, mejor el jueves, que es el día de la pareja, y regalan las palomitas.

Al final, se le acababa olvidando lo del cine, o hacía como que se le olvidaba para no discutir conmigo. Después, me confesó que hubiese dado lo que fuese por cualquiera de esas tardes perdidas.
No puedo olvidar que siempre le parecía poco el tiempo que pasábamos juntos. Aun así, me decía que estuviese tranquilo ¿Cómo podía estar tan segura de todo?

-          No te vayas. Seguro que aquí encuentras algo.
     -     ¿Sí? ¿Cuándo? No seas tonto. Todo va a salir bien. Sabes que siempre tengo razón.

Y casi siempre tenía razón. Si discutíamos por una fecha, al comprobarlo, era cierto lo que ella decía. Que era un nombre el que nos hacía entrar en disputa. Al final, llevaba razón. Daba igual lo que discutiésemos, terminaba demostrándome que estaba equivocado.

-          ¿Te acuerdas que me dijiste que Madrid está a 600 kilómetros?
     -          Sí, claro.
     -          Pues lo estuve mirando anoche y hay menos de 500. ¿Lo ves?
     -          Aun así, está demasiado lejos.

¿Y qué? ¿No era lejos para nosotros? Lo era, pues pasábamos horas y horas pegados el uno al otro. Todas, menos cuando había que salir, ahí siempre llegaba tarde. Me llevaba las noches abajo en el coche mirando su reflejo a través de la cortina, o apoyado en el marco de la puerta del baño mientras se pintaba. No puedo olvidar el olor de su perfume. Desde entonces se convirtió en mi fragancia favorita. ¿No lo hueles ahora tú también?

Y cuando llegaba tarde, le gustaba hacerme la broma de que si utilizase el tiempo de esperarla en escribir, habría hecho una novela mejor que la de Groucho Marx. Yo refunfuñaba mientras me sacaba la lengua a través del espejo. Que pereza me daba ponerme a escribir ya vestido para salir.


Aquella tarde en la que tuve que mirarla a través del cristal del autobús, no hacía más que decirme que estuviese tranquilo. Que todo saldría bien. Que dónde iba a encontrar ella alguien que aguantase lo que yo aguantaba y donde iba a encontrar yo una mujer como ella. Que era como ese caramelo que tenía en las manos y se te escapaba de entre los dedos antes de poder disfrutarlo. Que volvería para que todo saliese bien.

Y llevaba razón. Desde el día en que supo que debería cambiar las cosas, buscó la manera de hacerme feliz e intentar encontrar un trabajo que le diese la solvencia suficiente para vivir y volver después. Siempre me decía que le frustraba el inconformismo que había tenido con las cosas que eran buenas y, por otro lado, el conformismo que tenía con las que en realidad no lo eran tanto. Yo no la entendí la primera vez que me lo dijo.

-          Es fácil. Siempre con nuestra relación he sido inconformista, y ahora que se complican las cosas, veo que es lo mejor que tengo. Sin embargo, el buscar un trabajo, que en realidad era algo que necesitaba, lo he dejado pasar. Y ahora, no tengo más remedio que irme. Pero no te preocupes, cuando vuelva, seguiremos juntos.


Después de aquello, después de que su mano me dijese adiós mientras se alejaba, llegó el tiempo que no queríamos. El calendario pasaba lento. Las horas, los días, las semanas, los meses, y por desgracia, los años. Yo aquí solo. Ella allí, sola.

Y cuando se fue, también llevaba razón. Volvió. Con trabajo, con ganas de luchar y con ganas de verme. Eso último, eso sí que tenía mérito. Año y medio después naciste tú, Daniela.

Y ahora, pensarás que por qué te cuento esto. Que qué te importa a ti lo que yo te diga si lo que quieres es que te saque del corralito y te coja en brazos. Y es que te lo cuento porque mamá, como siempre, llega tarde y a mí me da mucha pereza ponerme a escribir.


(Relato realizado para el Taller de Prosa de Ficción)

18 de noviembre de 2014

Nunca nos quisimos

Miro a través del tragaluz y veo como la lluvia santa cae. En este momento en el que los pensamientos tienen tiempo de sucederse, me siento casi como un Cervantes que escribe otra novela de caballerías desde el calabozo. El sonido de la armónica que llega a través de la ventana  me transmite esa felicidad que necesito y, los grafitis que cubren las paredes, tan mías y tan de otros, son una compañía más que suficiente para ser de nuevo valiente. Busco un punto de luz natural donde darle contenido a esta tiniebla y aprovecho los recuerdos, o lo que queda de ellos, para crear esa realidad que ya murió. Esa realidad que lo fue todo hasta que arranqué de mi diario aquellas páginas en las que estabas tú. Ahora me arrepiento. No me gusta emborronar con suposiciones unos almanaques ya vividos, pero hubo un momento en el que eran tus labios o la vida. Y alguien me dijo una vez que crecer era aprender a despedirse.
Cierro los ojos y puedo ver esa belleza imperfecta que me emociona y me transporta. Aún recuerdo aquella noche en la que me dolía tu compañía. Como hoy, el agua caía de una forma extremadamente fuerte y el viento que soplaba hacía que las ventanas crujiesen dentro de nosotros. Cada gota era una consecuente réplica perfecta de la anterior, y mientras nos rayaban los besos, nos besaban los rayos. Sin embargo, esta lluvia no fue solo de un día. Cada noche, mientras esperaba que vinieses a buscarme, mientras esperaba que fueses tú la que necesitase mi compañía, vestía de fiesta la cama y los sueños. Pero la tormenta pasó a formar parte de nosotros, y el estruendo del trueno se convirtió en una melodía dentro de nuestra montaña rusa. Y al final, te fuiste. Después de un millón de idas y venidas, de lágrimas y sollozos, recuerdo que me dijiste: “Nunca nos quisimos”.  A mí, que tantas veces se me tachó de insensible y loco, A mí. No tengo muy claro qué paso entonces. Ya te he dicho que intenté borrar todos tus recuerdos, pero creo que ante eso sólo pude contestar: “No hables por mí”. Y aun así, te fuiste. El cajón de las decepciones estaba lleno, y aunque sabía que los recuerdos buenos acaban por tapar los malos, la paciencia se agotó.
Las lágrimas caen sobre la hoja como un reguero de lluvia inconstante. Al acabar, me acerco a la ventana, y me rindo ante la condena del reloj que me anuncia tu ausencia con cada tic y cada tac. Hago un pequeño avioncito con el papel y lo paso entre las rejas. Lo escucho caer y veo como la lluvia lo descompone. Me hago un hueco en esa cama en la que quiero soñar contigo y leo en mis pensamientos “Que envidien mi locura”.

“Escribir es una terapia para no perder la poca cordura que me queda”
Ismael Serrano (cantautor español)

4 de septiembre de 2014

Medio limón (1x01)

Caminaba tranquilo. No tenía prisa ni nadie esperándome al final del camino. Se podría decir que casi deambulaba por un lugar más que conocido. Era una ruta que había repetido con ella un millón de veces, y alguna que otra más en mi propia imaginación.
En ese momento, a la vez que entraba en aquel parque y dejaba la fuente a la izquierda, pensé en la primera vez que pasamos juntos.

Recuerdo que ella se sonrojó al sentir como entrelazaba mis dedos con los suyos. Era la primera vez que lo hacía, y sé que notó como me temblaba el pulso. Aun así, me sonrió y apretó mi mano.
No puedo negar que iba preciosa. Su pelo ondulado caía sobre sus hombros con una elegancia infinita. Cada paso con sus tacones  creaba una melodía perfecta, y sus pequeños ojos grises brillaban con la seguridad de la persona que se siente valorada y querida. Se podría decir que ese día el aire casi le tenía que pedir permiso para rozarle. O al menos, a mí me lo parecía.
El día había transcurrido de manera perfecta. Risas, besos, sonrisas, y más de una mirada de entendimiento y sorpresa por aquello que estaba naciendo y que tanto miedo nos otorgaba.
Y es que, como diría ese coplero gaditano: “para ser un hombre perfecto basta con ser distinto al resto.” Y eso justo es lo que encontramos. Esa  diferencia con respecto a los demás que le daba el punto especial a nuestra cercanía. Yo ya sabía desde hacía mucho tiempo que no existían las medias naranjas. Pero el día que me di cuenta que yo no era más que un medio limón, fue mucho más fácil. Y ella lo entendió. Desde el primer momento lo entendió…

Casi me salgo del parque y giro a la izquierda. Me impregno de los olores a jazmín que inundan el aire y recuerdo que su alergia no le permitía pasar por aquí en esta época del año. ¡Qué lástima! Con lo bonitos que se ven los árboles reflejados en los charcos como si fuesen cristales que nos regala Dios.
Y es que es verdad que ese día fue mágico. Como tantos otros en aquellos meses. Disfrutábamos cada momento como si fuese el último. En ese callejón del Aire parecía que el tiempo se detenía. Aprovechábamos y saboreábamos cada instante. Porque, siendo sinceros, ¡Qué bonito es el placer y el nerviosismo de conocerla! Esas ganas y esa facilidad de ser feliz sólo con tenerla cerca. Sentir que no necesitas nada más que no hablar de nada. Simplemente caminar junto a ella o estar recostado sobre su pecho mientras, con sus dedos,  acaricia tu pelo.

“Eso es precioso” me digo mientras divago por los callejones mirando al cielo. Las estrellas se ven relucientes ante el roce de los balcones. Veo como se acercan un grupo de turistas de ojos rasgados y un guía que bien podría estar en proceso de sacarse el B1 demuestra que esta ruta no era únicamente nuestro secreto.
Qué pena da que esa ilusión del principio se vaya perdiendo. Es frustrante dejar de sentir ese nervio del simple roce o la más mínima de las primeras caricias.
Supongo que eso es lo que nos pasó. Nos acostumbramos a dejar que las cosas sucediesen. Dejamos de darle valor a los pequeños detalles y olvidamos que el truco se encuentra en enamorarse cada día. Me acuerdo el día que me regaló las letras con su nombre. Tres simples chapas robadas de un expositor que nos hicieron correr y reír juntos. ¡Y qué bien sonaban de su boca aquellas letras al juntarlas! Ese acento tan característico que tenía hacía que me quedase embobado solo con oírla.
Que fallo cometimos cuando dejamos de darle importancia a esas cosas. Nos dejamos llevar, y ese fue nuestro error. Por eso me encuentro aquí, hablando solo por estas calles, con su imagen en la cabeza y recordando momentos que no hacen más que hundir un poco más el dolor en el pecho. ¡Si es que parece que la estoy viendo!
Es verdad que la magnitud y la pasión desenfrenada del principio se van perdiendo y que la emoción cambia. Pero, ¿no es bonito quizás reconocer cada centímetro de su piel? ¿O mirarla y saber lo que está pensando? ¿No es bonito besar unos labios sabiendo que son los únicos que quieres besar? ¿Y cruzar la mirada y saber lo que pensáis sin necesidad de hablar? Se ve que no lo es tanto…

Esto me supera y debo pararme. Creo que voy  a sentarme en el banco de siempre. Meto la cara entre mis manos, y lloro.


31 de julio de 2014

A su bola

Camisetas despintadas, vaqueros gastados y un agujero en la punta de cada zapato. Rondan la treintena, y el pelo cubre sus caras desde hace semanas. Es obvio que no son familia, pero por la apariencia que tienen y la forma en la que hablan, bien podría decirse que acaban de salir de cualquier callejón de Los Banderilleros. Algunas familias pasan por su lado y los miran con un gesto entre desprecio y miedo. Ellos, como les gusta decir: “a su bola, que digan y piensen lo que quieran”
Sevilla. Alameda de Hércules. Dos menos cuarto de la madrugada. La plaza abarrotada, un banco, unos litros, y una conversación.
       ¡Qué estupidez eso de yo soy feliz si tú eres feliz! – dice mientras quita el papel de Cruzcampo que cubre la botella.
-          ¡Ojú! ¿Ya estás con las reflexiones de amargao? En serio, ¿por qué te ha dao ahora por ahí? – agarra la botella que le devuelve su compañero
-           No tío. No son reflexiones de amargao. Es que ayer vi como un chaval le decía eso a la parienta y yo creo que eso es una absoluta gilipollez.
-          – ¿Una gilipollez por qué? Si tú quieres a una tía y la ves feliz, pues eso te hace a ti estar bien. Es lógico, ¿no? – se sienta en el respaldo a la vez que pronuncia estas palabras.
-          – Pues yo creo que no. Sí tú quieres a una jipa y la vez feliz, tú lo que quieres es que lo sea aún más. Porque, aunque tú estés bien cuando a ella la ves bien, lo que realmente te gusta es ser tú el motivo de su felicidad. En el fondo somos todos unos putos egoístas. Eso de “yo soy feliz si tú eres feliz” es una patraña. Yo soy feliz si consigo hacerte feliz – un profundo trago a la cerveza acompaña el final de sus palabras.
-         – Hombre, visto así... – levanta los hombros a la vez que aprieta los labios.
-         – En serio, tío. Si tú la quieres, demuéstraselo. Búscala, sorpréndela y enamórala. Disfruta de la vida, que dura un rato y haz lo que te nazca hacer sin dejarlo para otro día. El mundo está lleno de resentías con su pareja que consideran que no les da lo que se merecen y de mongolos que no supieron cuidar lo que tenían y se aburrieron antes de darse cuenta que la felicidad está en ser feliz haciendo feliz a quién tenemos a nuestro lado. ¡Anda y que les den a todos!
                                                "La suerte nunca se olvida"                                                        (Malviviendo)

16 de julio de 2014

No tittle 2

Extracto 19
Y de repente, tocaba volver a casa. Tantos años y tantos momentos vividos en esa ciudad que no nos vio nacer ni a ella ni a mí, pero que tan nuestra se había hecho. Cada rincón tenía un significado especial: las escaleras de ese parque que dio lugar a innumerables conversaciones antes y después de ser eternos, la ruta tantas veces repetida por aquel antiguo barrio en el que ella no creía, las idas y venidas al centro de estudio que durante semanas se convertía en nuestra casa, las cuatro paredes mágicas... En definitiva, sentía como si una parte de mí se quedase allí, con ella.
Habían sido complicadas las últimas semanas. Lapsos de dudas y titubeos. Días de sentir que mi Maga perdía parte de esa brujería que hacía que cada momento fuese único. Juntos hablamos y sentimos miedo. Nos planteamos que era lo que nos podía estar pasando y dudábamos incluso de nuestros instintos y nuestras más sencillas formas de conocernos. Miedo a lo desconocido, miedo a separarnos, miedo a dejar de sentirnos, miedo a que cualquier despedida no acabase con un “avísame al llegar”, miedo a que dejase de merecer la pena.
Pero como siempre, éramos capaces de cambiar las cosas. Esa intuición innata hacía que en los momentos en los que la tensión y los nervios eran controlados, volviese a aparecer ese enorme “nosotros” que era imperturbable. Con simples tardes de estudio en las que fuimos el mejor equipo o con instantes en los que el millón de te quieros se nos quedaba corto. Allí estábamos, con ese miedo a la distancia, pero con la seguridad de que no sería más que otra prueba que el caprichoso destino nos ponía para demostrar que pocos cimientos había más fuertes.
Aun así, me tocó irme. La dejé con pena por no haber podido tener la despedida que nos merecíamos. Yo me hice el fuerte, como algunas otras veces, y le hice ver que no se preocupase, que no era necesario ese adiós porque no era más que un hasta luego. Me quedé triste, ese ¡Plof! al que tantas veces habíamos hecho referencia se apoderó de mí. No pude evitarlo.
No la tenía a ella pero tenía los medios para hacer que mi tristeza se fuese definitivamente. Quedé con las tres patas que sostenían mi banco. Las tres amigas que no me fallaban nunca. Con las que estaba unida desde hacía tantos años y las que no se iban por mucho que cambiasen las cosas.
Y al llegar, una de ellas me lo dio. Un simple papel doblado que decía:

Recuerda que te lo dije desde el principio. No te voy a dejar marchar. Si me echas, me agarraré fuerte a tu pierna. Si me quiero ir, me harás cumplir el contrato. Me da igual la duda, me da igual el miedo y me dan igual los problemas que surjan.
 Simplemente no olvides que antes de que decidieses salir a buscarme, yo ya te estaba aquí esperando. ¿Crees que no lo voy a hacer ahora?
Te quiero.

La Maga.