14 de noviembre de 2011

No tittle 1

“Sonríe, que estás mucho más guapa”. Esa fue la despedida. No fui capaz de decirte nada más. Tú te limitaste a mirarme con esos ojos tristes y a darme un pequeño beso en los labios. En ese momento no sabía si salir del coche o bajar las escaleras. Era todo demasiado complicado. Terminé haciendo ambas cosas a la vez, sólo que en días distintos.
Cuando conseguí salir del todo, caminé durante largo rato. Pensando, meditando, imaginando… En definitiva, soñando por capítulos. Recordé el instante en el que como los dos niños curiosos que éramos, acariciamos nuestros cuerpos y descubrimos que ya nada sería por vez primera. Qué lejos estaba, pero qué nítido y que claro lo veía. El lugar, el día, la hora. Tu sonrisa. Tus labios. Después pasé a esa noche entre llantos y sollozos. Inventamos hasta un lenguaje al más puro estilo de la Maga y Horacio, nuestro glíglico particular. Ahí hablaron los que laten. Yo lo sabía y tú lo sabías.
Mi mente volvió a volar, y aterrizó en una noche con olor a primavera. Tus ojos morenos estaban asustados. Te sentías invadida, superada por la situación. Sólo tuve que pedirte que te dejaras convencer, que pasaras esa noche conmigo. Te acordaste de lo que me dijiste mientras conducías y no te convenciste una, sino dos noches seguidas.
Luego me remonté a nuestra conversación sobre el camino tomado. Nunca llegué a saber si era o no el correcto. Si existían más caminos posibles, si estos eran los correctos. O si, aun habiendo otras sendas a tomar, había decidido caminar por la correcta, aunque todas fuesen capaces de aportarme algo positivo. En definitiva, la ambigüedad de una conversación en el lugar y momento adecuados.
Al llegar a mi destino, mientras me ahogaba en mis propias lágrimas, esa misma incógnita de siempre. ¿Es posible que me pase la mano por el pecho y me corte? Posiblemente me equivocara, tal vez fue tan premeditado que incluso fui capaz de engañarme a mí mismo. Todo era tan frágil como la rutina de amarnos. No creo que tuviésemos que ser los héroes de una novela perfecta. Ya teñimos de llanto un par de capítulos. Quizás no fuese tan frágil tu costumbre de amarme, quizás me equivoqué. Es más, quizá seas tú la que ahora está equivocada.