21 de diciembre de 2010

Cuerpo de viaje

Suena el despertador. Sin embargo, hoy no lo maldigo. Un pequeño vacio en el estómago y cierto nerviosismo hacen que salte casi literalmente de la cama.
No me da tiempo a estirarme y ya estoy súper activo. Suspiro a la vez que una sonrisa se dibuja en mi cara. Tengo la sensación de que necesito saltar, correr, reír… y sin embargo casi me tiemblan las manos sin hacer nada.

Me acerco y abro el balcón a la vez que los primeros rayos de sol se proyectan en la pared de la casa de enfrente. Amanece soleado. Tras varios días de nubes y lluvias, parece que mi ciudad quiere despedirme con sus más bonitas galas. Un cielo azul radiante y el astro rey proyectan todo el calor que son capaces de dar este mes de diciembre.

Me visto a la vez que suena el último de Tote. Casi grito sin pensar que no son aún ni las ocho de la mañana. Echo un vistazo a la escueta mochila e intento hacer un repaso mental de todo lo que debe estar ya dentro y lo que aún debe caber. Necesito abrigo, eso es lo más importante. El gorro de lana y los guantes parece que serán mis más fieles compañeros los próximos días.

Bajo las escaleras a la carrera, suelto la maleta en la cocina y le meto prisa a mi madre con la comida que necesito. Llevo tiempo de sobra, pero me es imposible estar quieto. Subo y bajo varias veces pensando que se me olvida algo. Voy de un lado a otro de la casa metiendo las últimas cosas en la mochila. - ¡Uff, la cámara de fotos! -

Me tomo el desayuno y no puedo evitar que me tiemblen ligeramente los dedos. Parece el primer día de clase en primaria o aquel otro del primer campeonato…

Definitivamente, hoy tengo cuerpo de viaje.



"Cuando miramos hacia atrás y vemos esos recuerdos, esos momentos vividos... buenos, malos o simplemente neutros... es como viajar en el tiempo... sólo cerrando nuestros ojos..." (Anónimo)

10 de diciembre de 2010

Diario de París

Como ya dije hace escasamente dos semanas, hace unos días tuve la oportunidad de conocer una de las ciudades más carismáticas e impactantes a nivel internacional. Tras un pequeño golpe de suerte y el valor de hacer las cosas casi sin pensarlas, he disfrutado junto a Kike y Pablo de todo lo que la ciudad de París ha sido capaz de brindarnos en algo más de dos días. Aquí os dejo mi pequeño diario de viaje.



1/12/2010


Aterrizaje en Bouviais. El vuelo ha sido algo pesado. Aunque hemos estado casi todo el tiempo hablando y divagando sobre lo que pueden dar de sí estos días, dos horas y media sentados en los estrechos asientos del avión acaban incordiando a cualquiera.
Poco después de aterrizar, nos hacen permanecer unos minutos en el pasillo del avión mientras ponen las rampas para bajar a tierra. El frío de la puerta abierta se cuela bajo los asientos y nos muestra lo que nos espera fuera.
Al bajar, los cinco grados bajo cero, y una leve, pero a la vez continua nevada, nos hacen ver lo que nos espera estos días.

Cogemos un taxi hacia la estación de trenes de Bouviais, desde la que cogeremos uno de éstos que nos llevará a la capital transalpina. Tras llevarnos una pequeña decepción, pues pensábamos que el precio del tren sería algo más económico, damos un pequeño paseo por la zona en la que nos encontramos de la ciudad.
La nieve y el frio nos resultan extremadamente incómodos. Aún así, buscamos sin suerte una panadería o un “supermarket” en el que encontrar algo de pan con el que llenar nuestros estómagos.
Con la tontería del paseo, casi perdemos el tren. Acabamos llegando corriendo y sin tener muy claro cuál era nuestro andén. Poco después de sentarnos, conseguimos entrar en calor.
Ante la falta de pan y el hecho de conocer que el tren tardaba una hora en llegar a Paris, decidimos tomar un tentempié.

A las tres de la tarde, llegamos a la “Estation Nord” de París. Allí, tras varios intentos de sacar por nuestra cuenta los tickets del metro, terminamos por pedir ayuda en información. Finalmente, después de intentar entendernos con tres auxiliares diferentes, conseguimos sacar los billetes por días. Nos montamos en el metro y nos dirigimos a la zona del hostal.

Después de dárnoslas un poco de listos, salimos del metro sin tener muy claro el lugar al que dirigirnos. Aunque la temperatura es algo superior a la de Bouviais, no deja de nevar y hace bastante frio. Encontramos un supermercado y compramos pan para el esperado almuerzo.
Preguntamos a un par de transeúntes, y no sin alguna dificultad, conseguimos dar con el canal junto al que se encuentra nuestro lugar de hospedaje.
Cuando estamos a punto de empezar a caminar hacia nuestro lado derecho, veo justo a lo lejos en el sentido contrario un cartel que rezaba: “St´Christopher Inn”. Parece que cambiaba nuestra suerte.
Suspiramos aliviados al entrar en la cálida y acogedora recepción del hostal. La temperatura es bastante agradable y el ambiente que se ve allí nos sorprende gratamente. Uno de los muchachos que se encuentra en el mostrador nos explica de manera muy amable todo lo relacionado al pago de la habitación. También, nos informa sobre el hecho de que al dormir allí, tenemos derecho a ir a un concierto de manera gratuita y que existe la posibilidad de realizar la mañana siguiente un “tour” gratuito por la ciudad saliendo desde la misma puerta del hostal.
Aún sorprendidos por la calidad y amabilidad del dependiente, subimos en el ascensor a la habitación 504. En ella, quedamos aún más encantados al comprobar que la temperatura es agradable a pesar de estar en la calle varios grados bajo cero.
Nos acomodamos y decidimos bajar a comer los bocadillos. En la recepción del St´ Christopher nos dejan ponernos en una de las mesas de la cafetería sin necesidad de tomar comida de allí. Algo que también valoramos muy positivamente.

Poco después, nos dirigimos de nuevo al metro a hacer un poco de turismo. “Pont Neuf”, el puente más antiguo de la ciudad es la primera parada en nuestro itinerario.
Nada más salir del metro, la que posiblemente sea la situación más cómica del viaje:

“¿Esa es la torre Eiffel?”
“Claro”
“¡Ostia, que fea!”

Hacemos la foto de rigor y vemos una estatua a caballo a la que Kike bautiza como Napoleón sin tener ni idea. Posteriormente, sabríamos que obviamente no era el señor Bonaparte el que se encontraba en ese lugar.

Más tarde nos dirigimos al museo del Louvre. Indiscutiblemente, nos perdimos por el camino. Dimos un rodeo y acabamos entrando por la puerta más alejada, a la zona del museo más famoso de la ciudad. Quedamos impactados por la belleza del edificio así como por la pirámide que hace de entrada.
Aprovechamos el hecho de ser menores de veintiséis años y entramos de forma gratuita a la galería. Allí, disfrutamos de kilómetros de arte. Inmensas salas llenas de obras, así como pasillos e innumerables escaleras forman un museo más grande de lo que podríamos haber imaginado. Para recordar, lo más conocido: La Venus de Milo, La Gioconda, Las Bodas de Canaán, La Virgen de la Roca, etc. Era imposible ver nada en apenas dos horas de visita. Aún así, cumplimos con nuestras expectativas y salimos bastante satisfechos del museo.

Al salir nos encaminamos a la Plaza de la Concordia y vemos el famoso Obelisco. De fondo, a un lado los Campos Eliseos iluminados para las fiestas navideñas y al otro la majestuosa “Tour Eiffel”, engalanada bajo el cielo parisino. Caminamos durante un rato por los famosos “Champs-Élysées” y nos impregnamos del ambiente navideño del lugar.
Empezaba a dejar de molestarnos el frio. El hecho de la persistencia de la nieve acaba por convertirse en un juego. Decidimos continuar nuestro paseo y nos dirigimos andando hacia la torre Eiffel.
Despues de una hora de caminata; parecía menos, la enorme torre se mostraba frente a nosotros. La iluminación era magnífica, y tras darnos cuenta de que los vendedores ambulantes eran los únicos franceses que hablaban perfectamente el castellano, nos quedamos un rato sentados en uno de los bancos frente a la torre. La mirada levantada y callados durante un tiempo. No importaba el frío, la nieve o la noche. Saboreamos el momento y nos impregnamos de él. En definitiva, soñamos despiertos unos minutos. Resultaba increíble pensar en el momento y el sitio en el que nos encontrábamos. Teníamos que disfrutarlo.

Con mucho pesar, tomamos como próximo destino las profundidades de la ciudad. Nuestro itinerario debía seguir. El metro nos dejó a las puertas de uno de los edificios más singulares de la capital. No es una gran obra arquitectónica, ni su belleza posiblemente merezca la pena. Sin embargo, el Molino Rojo era uno de los lugares fijos en nuestra ruta.

De nuevo nos encaminamos hacia las entrañas de la ciudad. El próximo destino al que nos llevaría el tren subterráneo era el “Sacre Coeur”. Tuvimos que subir mil y una escaleras, pero fue una magnífica recomendación por parte de nuestro amigo Horacio. El Sagrado Corazón nos mostró la vista más alta y a la vez más bonita de la ciudad. Desde allí divisamos las luces de la noche parisina. Como dijo Kike: “Luces de bohemia bajo la nieve de una ciudad desconocida y a la vez tan especial.”

Recorrimos el camino a la inversa y nos dispusimos a volver al St´Christopher. Una última parada para cenar, y a la cama. El día había sido duro, pero debíamos descansar puesto que el día siguiente iba a ser también muy intenso.

2/12/2010

A las ocho de la mañana el despertador me indica que ya ha amanecido en la ciudad del amor. La cama es bastante cómoda, y he descansado bien.
Llamo a Kike y nos damos una ducha para empezar el día con fuerza. Bajamos a tomar el desayuno y nos ponemos las botas con el buffet del hostal. Volvemos a sorprendernos de la calidad de los servicios ofrecidos.
Salimos a comprar pan para los bocadillos del medio día y a las diez y cuarto aproximadamente vienen a recogernos para el tour que íbamos a dar por la ciudad.

En la plaza en la que oficialmente empezaba el recorrido, quedamos con nuestro amigo Pablo, que ya se quedaría con nosotros el resto del día.


El tour nos lleva a sitios e historias que por nosotros mismos hubiese sido imposible conocer. En él se nos mostraron anécdotas e historias relativas a los lugares más emblemáticos de la ciudad, como pueden ser: Notre-Dame, Pont-Neuf, el Obelisco, la Torre Eiffel, los Campos Eliseos, El Arco del Triunfo, la Tumba de Napoleón o los alrededores del Louvre.
En un perfecto castellano y de manera muy amable, nuestra guía nos mostró la cara más bonita de su ciudad en apenas tres horas de visita.

A las dos de la tarde aproximadamente, los Campos Elíseos fueron el lugar de separación del grupo. Almorzamos rápido y nos dirigimos al Arco del Triunfo. Allí vimos el monumento a los caídos y el ya mencionado Arco.

Después de eso, el metro nos llevo a las afueras de la ciudad. Nuestro destino: el conocido como “Parc des Princes” de París, es decir, el estadio del PSG.
Tras llevarnos un pequeño chasco por no poder acceder a ver las pistas de Roland Garros nos dirigimos en dirección al estadio más emblemático de nuestro país vecino.

Al acercarnos a él, nos sorprendimos de las enormes medidas de seguridad preparadas para el partido.
Al facilitar nuestra entrada, la policía nos hizo ponernos a un lado de la calle, y cuando formamos un grupo aproximado de unas veinte personas, unos treinta o cuarenta guardias nos escoltaron hasta la misma puerta del estadio. Allí, nos pidieron de nuevo la entrada y nos cachearon para comprobar que no llevásemos nada peligroso.
Finalmente entramos sin problemas. Ante nosotros un majestuoso estadio. El ambiente no era muy bueno. La protección que habíamos tenido para entrar en el recinto unido al hecho de que a la típica valla que separa a la afición visitante de la local se le añadiese una red que rodease toda nuestra zona ante el peligro de recibir el impacto de objetos lanzados, nos mostraban la brutalidad de los ultras franceses.
Aún así, el partido se disputó sin ningún incidente a destacar. El partido, a fin de cuentas era lo de menos. El resultado fue muy negativo, y la imagen del equipo, peor aún.

Sin embargo, sólo nos quedo la ilusión del momento del dos a dos y la posterior resignación ante lo que se avecina como un año largo y duro futbolísticamente.

A la conclusión del partido, bromeamos con el hecho de haber ido al concierto gratuito del hostal en vez de al partido y esperamos unos minutos a que se vaciase el recinto.
Después, más de cien policías a pie, y bastantes a caballo nos escoltaron de nuevo a la bocana del metro.
Allí nos despedimos de Pablo y nos dirigimos de nuevo a nuestra zona de la ciudad.
De camino, lamentábamos la derrota y el hecho de que el viaje llegaba a su fin.
Cenamos de nuevo cerca del St. Christopher y caímos rendidos en las camas de la 504.

3/12/2010

De nuevo el despertador suena temprano. Como la mañana anterior, una ducha y un buen desayuno. Unas últimas fotos en el hostal y la despedida definitiva en la recepción.

Última caminata hacia la estación de metro de Riquet. Allí, tomamos dirección a la parada de autobuses del aeropuerto.
Al volver a la superficie, nos dimos cuenta de que sabíamos que estación de metro era, pero no donde estaba la parada del bus.
Finalmente, acabamos corriendo sin saber si llegábamos a tiempo o no.
Aproximadamente a la una de la tarde, embarcábamos para el vuelo de regreso. Allí, repasamos todo lo vivido y lamentamos el final de esta aventura.

Al llegar a Sevilla, nos fundimos en un abrazo.




"Los viajes son en la juventud una parte de la educación y,
en la vejez, una parte de la experiencia."

Francis Bacon (filósofo británico)