Me gusta ir por la vida como el malo del cuento. Siempre me ha gustado esa máscara.
Me gusta sufrir en el agua rodeado de guerreros. Me gusta saber que nunca estoy solo en esa inmensidad de líquido.
Me gusta mirar retratos antiguos, acostarme tarde y amanecer cuando el día me lleva varias horas de ventaja.
Me gustan los viajes que no se planean. Sin fecha ni destino. Me gusta ser yo quién organice mi locura y tener algún que otro majadero a mi lado.
Me gusta creer en la suerte, los anuncios de Coca-Cola y las películas de auto superación.
Me gustan los paseos por el barrio de Santa Cruz. Sólo o acompañado. Ya sea en la imaginación del teclado, ya sea con una antigua nueva amiga.
Me gusta que mi “yo” de doce años sea capaz de levantarse de sus propios errores mejor de lo que yo lo hice en su momento. Además, me gusta ser su cómplice y aliado cuando se equivoca.
Me gusta saber que de año en año, en contra de lo que he dicho muchas veces, también se mantengan las amistades y el cariño. Me gusta que se acuerden de mi sin saberlo el día que más lo necesito.
Me gustan las estrellas. Un cielo repleto y una luna grande. Me gusta llamarlas y bailar un vals antes de que el día le gane la partida a su brillo.
Me gusta saber que las amistades sinceras existen. Es de las pocas cosas que tengo claras en mi existencia. Me gusta su cariño y su entrega.
Me gusta cerrar los ojos, intentar sentir los latidos del corazón y ver como pretenden acompasar su respiración a la mía. Me gusta que casi nunca puedan.
Me gustan los domingos soleados en Octubre. Me gusta llevar el equipaje bajo el brazo y la ropa blanca inmaculada.
Me gusta poder valorar los pequeños detalles. Recogerlos, almacenarlos y ser capaz de que me vuelvan a sacar una sonrisa mucho después.
Me gusta enfrentarme a un folio en blanco. Me gusta empezar a escribir con una idea y que al final el resultado haya desvariado tanto que no me sirva para nada y acabe todo en la papelera.
Me gustan las miradas cómplices. Me gusta sentirme importante y querido.
Me gusta sonreír cuando no me apetece. Casi siempre tiene un efecto positivo en mí y en los que están a mi alrededor. Me gusta aceptar que hay veces que puedo estar de bajón. Me gusta confiar en mí y saber que soy capaz de vencer lo que sea.
No me gusta:
No me gusta la lluvia ni llevar paraguas. No me gusta bañarme en el mar. Me aburre un verano de semanita en la playa y tardes de piscina.
No me gusta ser tan incoherente en la mayoría de mis actos. Odio dar palos de ciego y arramplar con las personas que están a mi alrededor.
No me gusta estar tan perdido. Bueno, es posible que lo que no me guste es que se note tanto lo desorientado que estoy.
No me gustan los cambios ni las despedidas. Odio sentirme vulnerable ante este tipo de cosas.
No me gusta que la gente crea conocerme. Que no tengan en cuenta los porqués y que se crean con el derecho de juzgar o valorar.
No me gusta que me utilicen como escusa. No me gusta que justifiquen de esta forma su manera de actuar.
No me gustan las personas falsas e hipócritas. Por eso un saludo mío siempre es un saludo de verdad. No creo en eso de las mentiras piadosas. La única piedad es para esa persona que dice la mentira, ya que se niega a afrontar la verdad.
No me gusta la inseguridad. El sentimiento de inferioridad que acompaña cada uno de los momentos de mi vida, que me prohíbe llorar por sentirme débil, pequeño, frágil.
No me gusta estar pendiente del qué dirán.
No me gusta que la gente piense que los consejos son para tomarlos. Los consejos no son para seguirlos, son para tenerlos en cuenta única y exclusivamente. No me gusta pedir consejos para saber lo que quieres. Me gusta pedir consejos para saber lo que quiero.
Y no pretendo yo con esto dar lecciones de maneras
ni pretendo ser Don Bueno ni venderme como tal
pero hay veces en la vida en que es mejor decirlo claro
y yo ya estaba un poco arto de escuchar y de callar
(El puchero del hortelano – No me gusta)
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