16 de julio de 2014

No tittle 2

Extracto 19
Y de repente, tocaba volver a casa. Tantos años y tantos momentos vividos en esa ciudad que no nos vio nacer ni a ella ni a mí, pero que tan nuestra se había hecho. Cada rincón tenía un significado especial: las escaleras de ese parque que dio lugar a innumerables conversaciones antes y después de ser eternos, la ruta tantas veces repetida por aquel antiguo barrio en el que ella no creía, las idas y venidas al centro de estudio que durante semanas se convertía en nuestra casa, las cuatro paredes mágicas... En definitiva, sentía como si una parte de mí se quedase allí, con ella.
Habían sido complicadas las últimas semanas. Lapsos de dudas y titubeos. Días de sentir que mi Maga perdía parte de esa brujería que hacía que cada momento fuese único. Juntos hablamos y sentimos miedo. Nos planteamos que era lo que nos podía estar pasando y dudábamos incluso de nuestros instintos y nuestras más sencillas formas de conocernos. Miedo a lo desconocido, miedo a separarnos, miedo a dejar de sentirnos, miedo a que cualquier despedida no acabase con un “avísame al llegar”, miedo a que dejase de merecer la pena.
Pero como siempre, éramos capaces de cambiar las cosas. Esa intuición innata hacía que en los momentos en los que la tensión y los nervios eran controlados, volviese a aparecer ese enorme “nosotros” que era imperturbable. Con simples tardes de estudio en las que fuimos el mejor equipo o con instantes en los que el millón de te quieros se nos quedaba corto. Allí estábamos, con ese miedo a la distancia, pero con la seguridad de que no sería más que otra prueba que el caprichoso destino nos ponía para demostrar que pocos cimientos había más fuertes.
Aun así, me tocó irme. La dejé con pena por no haber podido tener la despedida que nos merecíamos. Yo me hice el fuerte, como algunas otras veces, y le hice ver que no se preocupase, que no era necesario ese adiós porque no era más que un hasta luego. Me quedé triste, ese ¡Plof! al que tantas veces habíamos hecho referencia se apoderó de mí. No pude evitarlo.
No la tenía a ella pero tenía los medios para hacer que mi tristeza se fuese definitivamente. Quedé con las tres patas que sostenían mi banco. Las tres amigas que no me fallaban nunca. Con las que estaba unida desde hacía tantos años y las que no se iban por mucho que cambiasen las cosas.
Y al llegar, una de ellas me lo dio. Un simple papel doblado que decía:

Recuerda que te lo dije desde el principio. No te voy a dejar marchar. Si me echas, me agarraré fuerte a tu pierna. Si me quiero ir, me harás cumplir el contrato. Me da igual la duda, me da igual el miedo y me dan igual los problemas que surjan.
 Simplemente no olvides que antes de que decidieses salir a buscarme, yo ya te estaba aquí esperando. ¿Crees que no lo voy a hacer ahora?
Te quiero.

La Maga.


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