La mar parece calmada. Por el ventanuco del camarote del capitán veo el agua muy tranquila y azul. A lo lejos se ve algún tramo turbulento y oscuro, pero eso ya lo hemos pasado y queda superado.
El viento arrecia, unas veces a favor, otras de costado. Lo único imprescindible es que los marineros sigan siendo capaces de recibirlo de la manera correcta. De momento, en ese aspecto me encuentro tranquilo.
El rumbo permanece constante. No niego que durante la travesía hayamos hecho algún circulo sin sentido, pero es preferible desandar lo andado y afianzar la dirección apropiada.
La tripulación sigue indecisa, temerosa, a veces incluso un tanto desubicada. Desde que el capitán nos dejó, no ha sido nadie capaz de llenar ese hueco. Es complicado encontrar alguien que sepa tanto de navegación y que conozca cada uno de los rincones de este navío.
Sin embargo, la tripulación decidió que lo mejor para el devenir de esta aventura era prescindir de su labor. La mayoría de ellos, entre los que me incluyo, han navegado con él durante años, y vieron el empeño y el esfuerzo que hizo por que el barco no se hundiera en los peores momentos. Fue capaz de entregar casi su vida por la defensa de una guerra que a veces se le escapaba de las manos. Hubo puertos en los que tuvo la posibilidad de bajar y naves más poderosas que le ofrecieron la capitanía; pero él, prefirió seguir.
No obstante, el capitán era una persona complicada. Todavía hay parte dentro de los mandos que no tiene muy claro si era una persona buena o mala. Personalmente, mi opinión es que probó lo que se siente al ser malo y le gustó demasiado como para ser capaz de evitarlo en el transcurso de su vida.
Ya lo echaron de su otra nave. Se llevó años ocultando en el fondo de la bodega sus más oscuros secretos, y hubo un momento en el que necesitó explotar. Ese gesto le honra, y puede que incluso por eso, los marinos hermanos le mantienen un cariño que él sabe que no merece. Una vez la otra nave lo había abandonado, salieron a relucir los errores y las injusticias cometidas con esta tripulación. Por una vez intentó ser honesto casi desde el principio, y creo que no le salió por miedo a ser abandonado en puerto.
Y allí se quedó. Aun lo recuerdo con la cabeza entre los brazos y el miedo en las pupilas. Sus dos navíos, sus más fieles compañeros durante años, decidieron prescindir de él. En el fondo sabía que era lo justo, pero se llevó varias estaciones lamentándose por ello.
Desde entonces, son pocos los mensajes en botella mandados por el viejo capitán. Según nos contó en uno de ellos, decidió empezar de cero. Compró un bote y navego durante días con la necesidad de redimirse de lo ocurrido. Al parecer, encontró un pequeño barco en busca de marineros, y desde entonces parece que las cosas le van mejor.
Decidió presentarse a la tripulación como lo que es: un navegante cansado, con ganas de encontrar un barco que explorar y unos mares que surcar. No ocultó su historia, y se arriesgó a no ser aceptado en su nueva aventura. Sus errores del pasado le han hecho crecer, y aunque las cicatrices en su piel aún son visibles, los remiendos son casi tan buenos como los que estamos utilizando nosotros en la nave.
¡Mucha suerte capitán!
Bonita historia y muy bien narrada, con un amplio trasfondo metafórico. Un saludo Andrés!
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