3 de enero de 2012

La ciudad

En la ciudad, los ojos de esa mujer tras el cristal y la luz roja consiguen intimidar a un muchacho que pasa la veintena. Ese descaro, esa fuerza. Como un pez que navega en un mar inmenso y que sabe por lo que lucha y lo que busca.
Un niño amanece, deja de dormir, deja de soñar mientras la bombilla roja de la planta baja del bloque se apaga tras ocho horas de lucha e inhibición.
En la ciudad, una familia vuelve a la gran guerra y se esconde tras una estantería. Los ojos de una posible anciana miran tras la cortina en la que se ve la realidad más allá de su cautiverio. Vislumbra las tropas. Es capaz de ver las estrellas en los brazos y como caen constelaciones tras los enormes estruendos.
En la ciudad un hombre cruza la acera y se adentra en ese mundo bajo una fina lluvia, escondido en las profundidades de su capucha. Las gotas que caen se mezclan con el humo del ambiente.
Un camarero que no vende alcohol muestra donde adquirir un encendedor y suspira porque no es de su agrado todo lo que envuelve su trabajo. -“Acordarse de vivir”- se dice a sí mismo.
Alguien anda, perdido en divagaciones y extractos mientras cualquiera cae en la mayor de las tranquilidades de un cacahuete. Todo tan pequeño pero tan inmenso a la vez. Una gota, una luz, un visitante perdido, una reflexión, una farola. En la ciudad alguien está viviendo una experiencia mágica mientras dos calles más abajo aparece corriendo una ambulancia por exceso de ignorancia.
Millones de bicicletas reinan las avenidas, las aceras. Un visitante sorprendido busca sin suerte los frenos ante lo que parece una colisión inminente. Es inevitable.
En la ciudad, reina la ley de la doble moral. A nadie le importa lo que cualquiera pueda hacer mientras esto no le afecte personalmente. Los ojos desencajados de algunos turistas a ciertas horas de la madrugada son un claro ejemplo de ello. No es el frío, que también lo encuentras fácilmente en la ciudad. Es, otra cosa.
Calle abajo andan cientos de personas. Son muchas las soledades que se buscan cada noche. Da igual el aspecto que tengas, nadie estará pendiente de ti.
En la ciudad puedes entrar en el que quieras. Hay uno para ti si te apetece tener de fondo el mejor y más antiguo estilo de reggae. Hay otro si lo que quieres es que te entren ganas de salir a bailar. Piensa y busca tu estilo. Una vez dentro, solo tienes que apretar el cigarrillo entre los labios hasta sentirlo casi como parte de la boca.

En la ciudad, un catalán generoso de esfuerzo y de palabras les cuenta a sus espectadores: “A ellos les da igual como seas aparentemente. Aquí, en la ciudad, todos sois personas iguales”.

(Mi regalo del nuevo año para los cinco, espero que os guste)

2 comentarios:

  1. Eres un crack, tío. Sólo tú podrías contar el viaje de esa forma.

    ¡Feliz año nuevo!

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  2. Me gusta mucho tu forma de escribir y relatar historias Andrés. Por ello, a pesar de que ya te tenía entre los sitios favoritos de mi blog, me acabo de hacer seguidor también. A ver si mantenemos más el contacto entre ambos blogs!

    Un abrazo y a ver si nos vemos pronto!

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