Esa
esquiva y traicionera necesidad, ese quebranto amargo. La que necesitas y te
reconforta en los malos momentos. La que te ayuda a liberarte en los buenos. La
que aparece como un suspiro fugaz y, decide si viene para quedarse, o si por el
contrario, no perdura más de un segundo. Ella.
Cuántas
veces llamada y cuántas veces oculta. La que te deja eufórico, exultante,
alegre, altivo. La que te vuelve pasivo e inmóvil. La que te hacer sentir
inerte. La que te despoja de aquello que tienes y te otorga lo que quieres
conseguir. La que lo hace posible todo. Ella.
La que
está al alcance de tu mano. La que, en la lucha ante el vacío, es tu aliada. La
que me huye o la que sabe que, a veces, me empeño en huirle yo. La que no lucha
por encontrarme cuando me escondo y la que me busca en los momentos en los que
sabe que no puedo alcanzarla. Ella.
Apareció
sin buscarla, como si un pincel la dibujase ante mis ojos una cálida tarde
primaveral. Dibujada de inocencia y con el brillo del aire y el agua.
Sintiéndola parte de mí. Eligiéndome como elige a los niños y a los no tan
niños. Ella.
Gracias
a quién apareció regalando sinceridad e ilusión. Instándonos a buscar el otro
lado de nuestra propia sensibilidad. Con la ilusión de quién ama todo lo que
hace y con la seguridad del que sabe que ha peleado para conseguir lo que
tiene. Como si de una de las fotos a Trajano se tratase. Como si viese el caracol
en la distancia del objetivo, apareció con una bolsa repleta de juegos e
ilusiones. Y dentro, ella.
La que
me adoptó cuando la rocé con mis dedos. La que sentí mía desde el primer
segundo. Mi inspiración. La que me regaló Edith. La que vino una cálida tarde
primaveral. La que llegó con la apariencia física de un pequeño cristal
azulado.
“Cuando uno escribe para satisfacer la inspiración interior del alma, uno da a conocer por lo escrito, aun sin quererlo, hasta la más mínima fibra de su ser y de su pensamiento”Germaine De Staël (escritora e intelectual francesa)