Miro a través del tragaluz y veo como la lluvia santa cae.
En este momento en el que los pensamientos tienen tiempo de sucederse, me
siento casi como un Cervantes que escribe otra novela de caballerías desde el
calabozo. El sonido de la armónica que llega a través de la ventana me transmite esa felicidad que necesito y, los
grafitis que cubren las paredes, tan mías y tan de otros, son una compañía más
que suficiente para ser de nuevo valiente. Busco un punto de luz natural donde
darle contenido a esta tiniebla y aprovecho los recuerdos, o lo que queda de
ellos, para crear esa realidad que ya murió. Esa realidad que lo fue todo hasta
que arranqué de mi diario aquellas páginas en las que estabas tú. Ahora me
arrepiento. No me gusta emborronar con suposiciones unos almanaques ya vividos,
pero hubo un momento en el que eran tus labios o la vida. Y alguien me dijo una
vez que crecer era aprender a despedirse.
Cierro los ojos y puedo ver esa belleza imperfecta que me
emociona y me transporta. Aún recuerdo aquella noche en la que me dolía tu
compañía. Como hoy, el agua caía de una forma extremadamente fuerte y el viento
que soplaba hacía que las ventanas crujiesen dentro de nosotros. Cada gota era
una consecuente réplica perfecta de la anterior, y mientras nos rayaban los
besos, nos besaban los rayos. Sin embargo, esta lluvia no fue solo de un día. Cada
noche, mientras esperaba que vinieses a buscarme, mientras esperaba que fueses
tú la que necesitase mi compañía, vestía de fiesta la cama y los sueños. Pero la
tormenta pasó a formar parte de nosotros, y el estruendo del trueno se
convirtió en una melodía dentro de nuestra montaña rusa. Y al final, te fuiste.
Después de un millón de idas y venidas, de lágrimas y sollozos, recuerdo que me
dijiste: “Nunca nos quisimos”. A mí, que
tantas veces se me tachó de insensible y loco, A mí. No tengo muy claro qué
paso entonces. Ya te he dicho que intenté borrar todos tus recuerdos, pero creo
que ante eso sólo pude contestar: “No hables por mí”. Y aun así, te fuiste. El
cajón de las decepciones estaba lleno, y aunque sabía que los recuerdos buenos
acaban por tapar los malos, la paciencia se agotó.
Las lágrimas caen sobre la hoja como un reguero de lluvia
inconstante. Al acabar, me acerco a la ventana, y me rindo ante la condena del
reloj que me anuncia tu ausencia con cada tic y cada tac. Hago un pequeño
avioncito con el papel y lo paso entre las rejas. Lo escucho caer y veo como la
lluvia lo descompone. Me hago un hueco en esa cama en la que quiero soñar
contigo y leo en mis pensamientos “Que envidien mi locura”.
“Escribir es una terapia para no perder la poca cordura que me queda”
Ismael Serrano (cantautor español)